Por: Yehudith Soraya Ayala Mosquera

Zully nació en Quibdó, a orillas del caudaloso río Atrato, en medio de botes, pescadores, arrullos, aguaceros, barrancos, noches estrelladas y muchas veces oscuras, sol inclemente, velorios y cuentos de abuelo. Eso marcó desde su infancia el fundamento de sus notas musicales, así como la inspiración para sus composiciones y para hacer con todas esas vivencias melódicas canciones que visibilizan y exponen la tradición oral de la etnia negra.

Escribir acerca de la mujer negra y sus orígenes hace que la imaginación de quien escribe se eleve sobre la exuberante selva, sobre el inmenso mar del Pacífico y del Atlántico hasta el cielo limpio y brillante que cubre el territorio donde se encuentran estas majestuosas maravillas.


Así inicia la conversación con una mujer afro de profundo recordar y deleitoso hablar, Zully Murillo, una mujer encantadora como sus canciones, que hacen al oyente sumergirse entre las líneas de cada estrofa, volviéndolo protagonista en las escenas que describe cada historia.


Zully nació en Quibdó, a orillas del caudaloso río Atrato, en medio de botes, pescadores, arrullos, aguaceros, barrancos, noches estrelladas y muchas veces oscuras, sol inclemente, velorios y cuentos de abuelo. Eso marcó desde su infancia el fundamento de sus notas musicales, así como la inspiración para sus composiciones y para hacer con todas esas vivencias
melódicas canciones que visibilizan y exponen la tradición oral de la etnia negra.


Esta maestra, amiga de sus estudiantes, ejemplar guía para sus hijos, Alex, Félix y Estela, a quienes, confiesa, se dedicó a criar en alma, cuerpo y vida, recuerda cómo la confianza dada a través de la amistad generaba ese ambiente de intimidad
cómplice que le permitía instruirlos con libertad en consejos para la vida.


Zully Murillo cree firmemente que el papel de la mujer negra es fundamental en la crianza de los hijos para hacerlos mejores seres humanos, confiados de sí. Sin descartar la autoridad del padre, la madre afrodescendiente es el pilar en la estructura de la familia, ella es “ducha” para criar; es quien planta los valores, inculca las costumbres y gran parte de las tradiciones. De allí que siempre da el ejemplo para luego exigir en la vida de los hijos el resultado de sus principios.
Dejó desde muy joven las tierras que la vieron crecer, con el apoyo económico de toda su familia, porque su prioridad era seguir formándose en niveles superiores que no existían aún en Quibdó en aquella época. Así, se enfrentó a un nuevo clima, costumbres, caras, personas, racismo y discriminación en todos los niveles y ambientes sociales, algo que ella no entendía
porque en su formación nunca fue enseñada la relación entre el color de piel y las capacidades sapientes. Ella deducía que el esfuerzo constante junto con el estudio a tiempo daban como resultado buenas notas y altos promedios, eso había aprendido; de allí que la ciudad de Medellín fue el lugar que marcó su carácter introvertido, parco y desconfiado,
cuando entendió que allí, pese a sus dotes, veían a todas las mujeres negras como sirvientas o hijas de sirvientas, calentanas y gustosas del sexo con cualquiera. Por el hecho de ser mestizos, los hombres asumían que eran de su gusto, atropellando la
integridad moral, la inocencia y la fe en las personas; así, Zully aprendió a cuidarse de los extraños, aunque tuvieran sacos o aparentaran ser buenos, y a sentirse segura solo en medio de los suyos.


Esta mujer recuerda con tristeza cómo, teniendo solo 9 añitos, salió a pasear en Medellín: preciosa, bien vestida, con todo nuevo y bien llevado en su cuerpecito de infanta; y al pasar por una calle sintió de repente algo que le quemaba la piel delicada y tersa; cuando se percató de la intensidad del dolor, vio un hombre que le estaba quemando el brazo con un
cigarrillo, con conocimiento del hecho. Ella se abrumó y no entendió por qué sucedía eso, si ella no lo conocía ni le había hecho nada. Él rió como si fuese gracioso o como si ella fuera un animal de circo. -Todas las personas no son malas, -agrega Zully – pero eso me marcó. Hacia el fin de la conversación, Zully reconoce que su talento es herencia de sus padres primeramente, y del entorno de sus primeros años, apartada de Quibdó por el trabajo de ellos, en los pueblitos rivereños del municipio. Continúa diciendo que está convencida de que la descomposición de la sociedad se debe a la carencia de la formación en valores, a la poca responsabilidad de los padres en la crianza de los hijos; padres quienes en el afán por lo fácil, el dinero rápido y las comodidades no luchadas, inducen a un cierto tipo de madres a vender a sus hijas a diferentes postores o, en su defecto, a venderse ellas, y eso lo aprenden los hijos, ya que es el ejemplo que diariamente ven.


Zully manifiesta que la crianza con disciplina y amor es la que hace mujeres y hombres exitosos, seguros de quienes son, orgullosos de sus orígenes, conscientes de lo que valen, sin importar de dónde vengan, porque todo lugar o territorio de donde se proceda es un tesoro. Es Colombia.

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