Por: J. Elías Córdoba Valencia
“Seguro que sabes quienes son Martin Luther King o Malcolm X. Pero ¿te suenan Sojourner Truth, Harriet Tubman o Audre Loude?
Carlota Ramírez
Son tres de las muchas mujeres que han jugado un papel importante en la historia, cuyas vidas parecen realmente de película”
En el Pacífico, la mujer transmite la cultura y es el referente para la cohesión familiar, es responsable de sacar adelante a sus hijos; en muchos sectores y bajo ciertas circunstancias, la mujer maneja su propia economía y tiene el mismo derecho que los hombres a la herencia.
En un documental cubano de los años 80 varios niños contaban el trabajo que realizaban sus padres y madres. Luego de escuchar el relato sobre las intensas rutinas y la abnegada dedicación al trabajo de profesoras, médicos, obreros e ingenieros, cuyos aportes mejoraban la sociedad y hacían grande a la patria, el último turno correspondió al hijo de un ama de casa, quien se limitó a decir que su madre simplemente se quedaba en casa. Y del mismo modo en que las imágenes previas mostraron las cirugías practicadas por los médicos, los niños atendidos por maestros o los planos examinados por los ingenieros, la cámara recorrió el camino transitado por la mujer en casa, entre la cocina y el tetero de los niños pequeños o el cuidado de las cosas del hogar, recalcando la evidente contradicción con el supuesto de la inactividad de aquella a quien muchos suponen tranquila en la comodidad del hogar. Tal como en la situación descrita en ese documental, en el imaginario nacional y regional la figura masculina está implícita detrás del plato de arroz o las papas que indefectiblemente acompañan el almuerzo de la mayoría de los colombianos, y el popular sancocho de pescado lleva la firma de abnegados pescadores. El
estribillo de que la economía hogareña depende exclusivamente del ingreso del padre aún retumba en muchos oídos.
Las asociaciones anteriores ignoran el empeño y la responsabilidad de la figura femenina en duras actividades como el trasplante o la recolección y el beneficio en las formas tradicionales del cultivo del arroz, casi de su exclusiva competencia; o el esfuerzo d e a g r i c u l t o r a s n a r i ñ e n s e s y m a r c h a n t a s cundiboyacences en el proceso que lleva a nuestras
mesas el tradicional tubérculo andino. A lo sumo recordamos las manos femeninas en la preparación y en el agradable aroma de las verduras, a la vez que se ignora el esfuerzo de estas luchadoras del río, en la guía y control de la canoa en faenas de pesca, o su laboriosidad en el eviscerado, secado, salado o en el mágico arte de salpresar filetes y adobar postas, al gusto de los más exigentes paladares, merced a los secretos del arte culinario femenino. Y si bien tras el buen vestir
de los adolescentes se asoma la imitación de la figura masculina, no es menos cierto que en el cuidado, la disposición y la pedagogía del vestido infantil es determinante la dedicación materna.
El brillo del oro tiene un destello masculino y las compra-ventas del metal son más frecuentadas por hombres que por mujeres; pero en la profundidad del socavón, se mueven las estampas femeninas desafiando el riesgo de los jirones de tierra removida; y en la orilla de las carreteras de los territorios auríferos, destacan los grupos de mujeres que, batea en mano,
compiten con la salida del sol para iniciar el barequeo, o regresan con los pocos granos que compensan su esfuerzo, apretados a los senos que transmiten la heredad en las cunas de sus ranchos.
En medio de la persistencia de equívocos imaginarios sobre el papel de la mujer en aspectos decisivos de la vida social y económica, existen suficientes estudios que muestran cómo la mujer negra participó activamente en distintas instancias de la
economía esclavista y en los tempranos ciclos del oro y el tabaco; además de los comúnmente conocidos roles domésticos, la crianza de niños propios y de los esclavistas, la transmisión cultural, la complicidad con la mujer blanca y la rebelión de los palenques, así como su paciente trabajo y automanumisión por la libertad de sus hijos (Camacho, 2004).
La asociación de la fuerza a la definición del carácter y el ideal del macho agresivo conspiran en contra del noble legado que en la formación del carácter imprimen las madres, con su mayor cercanía a actitudes moldeadas por el amor y la ternura, tan poco apropiadas por los tradicionales patrones de la masculinidad, dada su asociación a esa condenada feminidad de la que tanto huye el varón, limitada a las artes de conquista. Las altas dosis de invisibilidad sobre el aporte femenino a la construcción de la familia, núcleo de la sociedad por excelencia, impiden reconocer a hijos e hijas tan inteligentes como su
madre. Y hace mucho tiempo que es hora de aceptar que desde las épocas en que la autoridad masculina negaba el ingreso de las mujeres al mundo laboral, su aporte a la economía del hogar ha carecido del reconocimiento y la valoración que amerita; mucho más desde la segunda mitad del siglo XX, cuando los ingresos femeninos empezaron a contabilizarse de
forma directa en la economía familiar (aunque ellas continuaron atendiendo el hogar y trabajando por una remuneración); o como lo resalta Carolyn Moser (1991) en su consideración sobre el triple rol de la mujer, en referencia a tres funciones fundamentales: las reproductivas (relacionadas con la maternidad, crianza y cuidado de los hijos y la familia); las productivas
(relacionadas con el trabajo remunerado); y las funciones sociales de gestión comunitaria.
Según afirma Ana Sojo, “la Mujer ya no está dispuesta a ser ciudadana de segundo rango, una vez que decide luchar por una nueva identidad individual y colectiva”. Sin embargo, eso es lo que se pretende desde algunos determinantes histórico-culturales de la subalternidad de la mujer en la sociedad, tales como el que parte de la biología como dispositivo de poder
relacionado con el concepto de patriarcado y la construcción y uso del sistema sexo/género, de forma tal que esta especie de fetichización biológica actúa sobre la conciencia, impidiendo el cuestionamiento. De hecho, relegar a la mujer al ámbito de lo doméstico, tal como lo entiende el dispositivo en cuestión, es vedarle el acceso al mundo de lo político y negarle poder de
incidencia sobre la historia. Es, en una palabra, alienar su conciencia y sus prácticas (Sojo, 1985).
En el Pacífico, la mujer transmite la cultura y es el referente para la cohesión familiar, es responsable de sacar adelante a sus hijos; en muchos sectores y bajo ciertas circunstancias, la mujer maneja su propia economía y tiene el mismo derecho que los hombres a la herencia; ella cultiva los pequeños terrenos heredados; está pendiente de arreglar la casa en que vive; cuenta con mucha “familia” y conocidos para apoyarla en el cuidado de los hijos o atender algún trabajo urgente mientras ella se ausenta de la comunidad. Tiene autonomía para decidir sobre su vida y puede presentar propuestas y opinar en asuntos
comunitarios (Mundo Abierto, 2006).
Una mirada a las relaciones de vida y producción en ámbitos más urbanos, muestra cómo la gerencia y el servicio en general del sector bancario en poblaciones como Quibdó son manejados desde hace buen tiempo, en más de un 80%, por mujeres; y su presencia hace rato dejó de ser extraña en el nivel directivo de las diferentes entidades del mundo académico, político,
empresarial, artístico y financiero, en los sectores estatal y privado; y en general, en el manejo de la cosa pública, situación especialmente relevante, pues los primeros discursos sobre el desarrollo no consideraban en particular las condiciones y potencialidades de las mujeres ni la perspectiva de género para lograr el cambio social esperado.
La condición femenina en el discurso político chocoano, así como la participación de las mujeres en la política de la región presentan elementos de novedad respecto al pasado, pero también de conservación de la visión tradicional del rol de la mujer en la sociedad, en momentos en los que, además de asumir instrumentalmente el protagonismo de las mujeres para el logro del bienestar de los niños y las familias, las nuevas metas del desarrollo buscan crear y consolidar las condiciones para que ellas se conviertan en sujetos conscientes, en actores sociales con capacidad y voluntad de cambiar el orden establecido,
que las define solo por sus tradicionales roles sociales (Pisano, 2010). En respuesta, la mujer del Pacífico asume cada día con mayor seguridad un papel protagónico en la sociedad y enfrenta los retos que ello implica.
Las mujeres no quieren ser espectadoras de los cambios que se están dando en el mundo actual. Quieren poder influir para que la conformación del nuevo orden internacional se haga sobre pilares de mayor justicia social, ausencia de discriminación y menos poder destructor.
Las mujeres no quieren ser espectadoras de los cambios que se están dando en el mundo actual.
Quieren poder influir para que la conformación del nuevo orden internacional se haga sobre pilares de mayor justicia social, ausencia de discriminación y menos poder destructor. Para eso, aspiran a ser sujetos sociales con papeles protagónicos en la historia y la sociedad. Y es notorio el protagonismo social que han desplegado mujeres de América Latina y el Caribe en las
últimas décadas. Grupos como las Madres y abuelas de la Plaza de Mayo en Argentina, las COMADRES en el Salvador y las múltiples experiencias que se extienden por Colombia y a través del Pacífico colombiano, congregando en torno suyo el protagonismo de mujeres afros e indígenas, son dignos ejemplos de acciones comunitarias en la lucha contra la crisis
económica y las discriminaciones política, étnica y cultural, que ponen de manifiesto el potencial movilizador y transformador de las mujeres, y la resonancia profética de su actuación en situaciones de respeto a la vida y a los derechos fundamentales de las personas.
Uno de los rasgos más significativos de ese protagonismo es la capacidad que muchas mujeres han tenido para unir esfuerzos y hacer frente al nuevo papel que les ha tocado desempeñar en la sociedad, en forma colectiva y organizada. Lo que comenzara como esfuerzo aislado, se va convirtiendo, en muchos casos, en organización de mujeres. Muchas veces estas
organizaciones llegan a conformar un movimiento más amplio, como parte de un proceso que no es homogéneo, en el que existen diferencias de criterios, intereses y acciones, y estas diferencias se constituyen en un reto para el futuro, para que el proceso avance (de Freitas, 1996). Es innegable el progreso de las mujeres en la asunción de nuevos roles y la contribución a la construcción de una nueva sociedad, en donde el accionar femenino, sus aportes a la conformación de un mundo más justo y equitativo, y la validación de sus capacidades dejan sin espacio elarca ico discurso machista, al que exime de
solidaridades lastimeras e invita a la deconstrucción de los imaginarios levantados desde una masculinidad teñida de sombras que hacen daño a las mujeres, y tanto o más a los hombres y a la sociedad en general.
Un par de citas finales en consonancia con las nuevas construcciones del universo femenino:
“Las definiciones pertenecen a los definidores…Y no a los definidos” Toni Morrison.
“Tenía derecho a una de las dos cosas, la libertad o la muerte; si no podía tener una, tendría la otra” Harriet
Tubman.
Referencias
Camacho Segura, Juana (2004). Silencios elocuentes, voces emergentes: reseña bibliográfica de los estudios sobre la mujer afrocolombiana. En Mauricio Pardo Rojas, Claudia Mosquera y María Clemencia Ramírez (eds.), Panorámica Afrocolombiana. Estudios sociales en el Pacífico (pp. 167-210). Bogotá: Icanh, Universidad Nacional de Colombia.
De Freitas, Carmelita (1996, ene-feb.). La mujer latinoamericana en la sociedad y en la Iglesia. Boletín C L A R , ( 1 ) , 4 5 – 7 0 .
D i s p o n i b l e e n http://servicioskoinonia.org/relat/174.html
Mundo Abierto (2006). La mujer en los procesos o r g a n i z a t i v o s c h o c o a n o s . D i s p o n i b l e e n http://ccparagon.pangea.org/mundoabierto/Colombia/ChocoyMujeres.pdf
Pisano, Pietro (2010, julio-dic.). La condición de las mujeres en el discurso político chocoano. ‘Raza’, género
y clase en un contexto discriminatorio a mediados del siglo XX. La manzana de la discordia, 5(2), 65-76.
Sojo, Ana (1985). MUJER Y POLITICA: Ensayo sobre el feminismo y el sujeto popular. San José, Costa Rica:
DEI.