Por: Wilmar Vera Zapata

¿Sabe usted amigo(a) lector(a) quiénes fueron José de Obaldía, Bartolomé Calvo, Santos Acosta o Juan José Nieto Gil? Claro, pueden ser nombres de personajes literarios, poetas de versos archivados o reconocidos ilustres caídos en el olvido.
No, no se destroce más el cerebro ni su ignorancia se la achaque a un golpe momentáneo de Alzheimer. Simplemente no sabrá quiénes fueron porque hacen parte de esos numerosos presidentes colombianos que nadie –o casi nadie– recuerda
o que pareciera que no merecen ser tenidos en cuenta. Y es que ni siquiera hay calles, plazas, avenidas o, por lo menos, huecos que reconozcan su aporte a la naciente y aún inmadura república de Colombia.


Ser presidente no era tan difícil en las primeras décadas del siglo XIX, cuando estrenábamos una independencia insípida e inolora, a excepción del sabor metálico de la sangre derramada en guerras intestinas y el olor penetrante de la pólvora abundante en los campos de batalla o de fusilamiento. Para llegar al solio, Bolívar, antes de ser Bolívar, debía ser militar, defender un trozo de territorio con las armas, contar con apoyo de otros militares ascendidos en el fragor de los combates y tener capacidad de tejer buenas y estrechas relaciones con los poderosos de la época (abogados, comerciantes, curas, masones, militares). Ah, y si era blanco-blanco, mejor. Sí, digámoslo sin ánimo de ennegrecer la Historia Patria: el color de la piel era muy importante. No olvidemos que las férreas leyes de sangre que impuso sobre todas sus colonias la monarquía española se encargaron de dejar muy en claro qué lugar ocupaban los súbditos, dependiendo de la tonalidad de la piel. Por eso, era común encontrar chinos, barcinos, torna para atrás o coyotes en cualquier poblado del Nuevo Mundo. Los que sí se encargaban de mantener a raya cualquier contaminación sanguínea eran los “blancos” peninsulares, cuyos hijos (llamados criollos) se hacían pasar por hispanos puros –cristianos viejos” se hacían llamar– nacidos en América. Tan importante era la
cantidad de melanina en la piel que no solo era una característica física, y es que dudar de su pureza era considerado un grave insulto. Por ejemplo, la familia del prócer y militar antioqueño José María Córdova denunció a algunas vecinas chismosas en Rionegro porque llamaron “negras” a algunas de sus mujeres o a Jorge Eliécer Gaitán las oligarquías bipartidistas lo tildaban despectivamente de “El Indio”.


Si ser “negro” es hoy una carga dura de llevar, se podrá imaginar hace 200 años, cuando la comunidad extraída de África y vendida como ganado en estas tierras se dio cuenta de que ni a Dios le importaba su suerte. De ese grupo, hay personajes relevantes que lucharon por la Independencia, sin dejar de lado el enorme aporte de negros e indígenas en la defensa de Cartagena de Indias contra los ingleses, en 1741; o el sacrificio del pueblo afro que huyó del maltrato de sus amos y generó las primeras zonas libres del continente, representadas en los palenques, ubicados en la Costa Atlántica o en el centro del
Virreinato, por ejemplo, en la zona de Cartago Viejo. ¿Recuerda de su clase de Historia algún patriota de origen afro? No, ¿verdad? Todos fueron blancos, de familias pudientes o, por lo menos, comerciantes que, gracias a que eran letrados y conocían las injusticias de la Metrópoli y leían a Rousseau, consideraban que era la hora de que estas tierras olvidadas por su Majestad alcanzaran el autogobierno. Obviamente, siendo mandadas por ellos, para beneficio de ellos y con ellos. Claro que
hubo negros, como también indios y gente paupérrima, que –sin nada que perder– se enlistaron en las tropas patriotas, con la esperanza de un mundo mejor, donde estuvieran incluidos o, al menos, tenidos en cuenta. Casi todos quedaron olvidados por los laureles de los menos oscuros que sí merecieron ser recordados, reconocidos y emulados, tanto por su valentía como por su noble origen y casta privilegiada.


Pero la Historia a veces hace jugarretas y saca a aquellos a los que otros intentaron aplastar con el peso del olvido.
Dos ejemplos, uno internacional y el que nos anima a este texto: Tutankamón y Juan José Nieto Gil. Del primero, poco se sabía y así quedaría, guardado en el olvido, sino fuera por su magnífica tumba sin saquear descubierta hace poco más de un siglo. Sin eso, el mundo no conocería nada de este faraón niño, cuyos sucesores intentaron borrar de los registros y cuentas de gobernantes.
El segundo, Juan José Nieto Gil, aparece como el primer mandatario negro de Colombia, aunque en realidad era más mestizo que afro. Sin embargo, durante décadas no fue incluido en el listado oficial de los 87 mandatarios colombianos. Pero actualmente, en este listado, que ha sido incluido en Wikipedia –que todo lo sabe–, Nieto Gil es descrito como “único afrodescendiente que figura en la galería presidencial”. Honor que se ganó luego de muchos años de ostracismo.

Un personaje particular
Nieto Gil nació a la sombra de un matarratón en Cibarco, Magdalena, el 24 de junio de 1804. Su padre, Tomás Nicolás Nieto, se encargó de atender el parto y cortarle el cordón umbilical que lo unía a Benedicta Gil. Autodidacta, militar, liberal y masón, tiene el mérito de haber sido el primer novelista colombiano, autor de La hija de Calamar y Los moriscos.
El historiador Orlando Fals Borda fue el encargado de redescubrir a Nieto Gil luego de que encontrara su retrato ruinoso y olvidado en los sótanos de un viejo caserón en Cartagena, que era el Palacio de la Inquisición. Si busca, amigo(a) lector(a), la imagen suya, puede pasar por criollo el único presidente negro colombiano. Le sobrevivió un cuadro mohoso y una foto –reconstruida y mejorada a partir del cuadro original– donde se ve un hombre de mirada serena, con chivera y bigote poblados al estilo “barba regia”, muy popular en la época, con cabello negro prieto y ojos levemente claros, que encantaron
a dos preciosas damas aristócratas de Cartagena y a algunas otras damiselas enamoradizas que lo conocieron.
Fals Borda lo define como dueño de un encanto que compensó su falta de dinero: de niño era “fornido, de piel cetrina clara (o trigueña oscura), ojos zarcos verdosos, nariz recta y amplia, labios finos, cejas arqueadas y cabello negro medio rizado”.


Gobernante y presidente
Nieto Gil nació en una de las épocas más turbulentas de la vida patria. Durante ese periodo, fue testigo de las batallas contra los peninsulares, pero las más duras luchas fueron contra sus connacionales.
De niño presenció la llegada de las tropas de Pablo Morillo y la reconquista sangrienta del Caribe por parte de Francisco Tomás Morales, conocido como el “terror de los malvados americanos”. Un cura mentor, el padre Antonio Roso, temeroso de ser capturado por las tropas realistas, le dejó a su cuidado algunas publicaciones para que el joven Juan José las escondiera en su pueblo. Entre esas publicaciones había un folleto escrito por el cura pro independentista Juan Fernández de Sotomayor y Picón, conocido como el cura rebelde de Mompox. Ese texto se convertiría en el credo político y libertario del futuro prócer costeño. La libertad de la Nueva Granada lo encontraría en Cartagena, donde gracias a sus dotes y chispa, se granjeó el cariño y la amistad de reconocidas familias patricias de la ciudad amurallada.
“De ellas aprendió más de Europa y su cultura, especialmente de Francia. Todo lo francés fascinó a Juan José: trató de aprender el idioma y se puso a leer clásicos como Corneille, Racine, Molière, Boileau y Fènelon, que le facilitaban los catalanes”, escribió Fals Borda. La cultura gala, sus ideas de libertad y sus preocupaciones socialistas (por las personas menos favorecidas) cimentaron la personalidad de Nieto, aguerrida y comprometida con las causas sociales, por las que lucharía
hasta su muerte. Además, el joven Nieto Gil era hijo de su tierra: tolerante, fiestero, mujeriego, “dejao”, hasta ser enemigo de lo acartonado, como la alta sociedad cartagenera pregonaba. Por esta razón se podría explicar su posterior olvido como uno de los mandatarios colombianos, al no ser parte de la élite gobernante ni comportarse como tal.

Las ideas liberales pronto calaron en Nieto, lo que lo llevó a tener problemas con las familias bolivarianas (seguidoras de Bolívar), como los Pombo, Calvo y Herrera. Esas discrepancias lo llevaron a matricularse en una de las dos facciones en las que se dividió la política de la recién independizada Nueva Granada: se convirtió en acérrimo “santanderista”. Y el endurecimiento de la dictadura de Bolívar tras la conspiración contra su vida –el 28 de septiembre de 1828– terminó dándole
más la razón de que el padre de la independencia se había convertido en un tirano, sobre todo por la trágica muerte, por traidor, del almirante José Prudencio Padilla, a manos de los bolivarianos.
El ideal político liberal de Nieto quedó expresado en un folleto publicado posteriormente, en 1834, donde dejó ver sus ideas de tolerancia. En él, destacaba la propiedad de cada individuo sobre su cuerpo y los productos de su trabajo, así como el derecho de los pueblos a castigar con el más alto precio el abuso de los gobernantes contra sus propios ciudadanos.
Se opuso a la esclavitud y, a pesar de que no podía luchar contra lo establecido, su hogar en Cartagena de Indias fue un espacio abierto para todos, sin importar su origen o casta. Por eso, eran comunes las tertulias con artesanos, alambiqueros y sastres, además de negros africanos, con quienes se hizo amigo y compadre.
Sí, digámoslo claro: era una persona con buenas intenciones, pero también un político hábil para captar simpatizantes.

Guerras intestinas
Confederación Granadina fue el nombre de Colombia entre 1858 y 1863. Fundada por Mariano Ospina Rodríguez, con ella se pretendió demostrar que el centralismo estatal no necesariamente estaba articulado a las ideas políticas de un partido, sino que era una forma de administrar el Estado. Fundador del Partido Conservador, Ospina fue elegido por 96.000 votos, ante Manuel Murillo Toro (82.000 votos) y Tomás Cipriano de Mosquera (32.000). El político y periodista José María Samper lo definió como una persona honesta pero cerrada, provinciana, y que pasó de ser republicano a líder de un partido absolutista.
El territorio nacional era un retazo de parcelas gobernadas por caciques políticos, muchos de ellos exmilitares independentistas que, con la lucha armada finalizada contra los peninsulares, tenían nostalgia de guerra y sangre. Esa facilidad para accionar el gatillo o blandir la espada se vio azuzada por el hambre de tierra y control político. Bajo ese panorama pleno de enemigos, el gobierno central en Bogotá era de todo, menos nacional. Y varios aprovecharon ese permanente olvido estatal en las periferias de la enclenque república.
Ospina Rodríguez era un defensor de los valores burgueses, el orden y el sentido del trabajo propio de los gobernantes de Estados Unidos. Era tanta su admiración por el Coloso del Norte, que le pidió al representante nacional en Washington que explorara la posibilidad de que Colombia llegara a ser uno de los estados de la Unión Americana. La idea no fue conocida
hasta mucho tiempo después…
Juan José Nieto Gil fue uno de esos líderes liberales que no vieron con buenos ojos las propuestas de Ospina y sus seguidores, que garantizaban para su partido la exclusión del poder, ya fuera regional o nacional. En 1859 se comenzó a gestar una revuelta contra el omnímodo control al sufragio por parte de los conservadores. El 26 de julio de ese año, con la
ayuda de algunos simpatizantes de la causa, Nieto Gil dio un golpe al gobernador del estado de Bolívar, Juan Antonio Calvo, derogando algunas normas e instaurando consejos municipales en varias poblaciones bolivarenses. Ya como gobernador, el presidente Ospina debió aceptar su imposición, sobre todo porque la inconformidad de la costa estaba siendo replicada en
otras zonas, obligándolo a instaurar el estado de emergencia para mantener el control nacional.
“Las tensiones con el gobierno central continuaron por motivos eleccionarios, políticos y de control fiscal durante el año 1860. Cuatro estados manifestaron su inconformidad: Cauca, Bolívar, Santander y Magdalena.
Mosquera, gobernador del Cauca, formalizó alianza con Nieto el 10 de septiembre, para tumbar a Ospina. Nieto decretó la separación del Estado de Bolívar, el 3 de julio de 1860 y se preparó para la guerra.
La comenzó en diciembre, batiendo a Julio Arboleda, agente de Ospina, en Santa Marta”, escribió Fals Borda, en “Presidente Nieto”, uno de sus tomos de la famosa colección Historia doble de la Costa.
Paradójico fue que Tomás Cipriano de Mosquera, enemigo político de Nieto entre 1841 y 1854, ahora se hermanara con él, por el interés de imponer un concepto más federalista y menos clerical para el país. Bajo este ambiente, con una carta del dirigente del Cauca desconociendo el gobierno de Bogotá, se dio inicio a la guerra civil de 1860-1862.
En sus memorias, Nieto Gil recuerda cómo el 3 de julio se leyó el decreto de separación de la Confederación Granadina y la unión con Cauca, para fundar una nueva nación. Se esperó a la hora de mayor concurrencia y la reacción del pueblo no dejó dudas: “Quería ver por mí mismo la impresión que causaba. Apenas se concluyó la lectura, que una explosión de aplauso popular lo saludó como un acto de redención. Yo dije entonces para mí: bueno. Estoy contento. Lo único que me interesa es la aprobación de este pueblo, que es el que se sacrifica, el que sufre, el que pelea, el que muere. ¡Adelante!

Presidente mientras tanto
El plan era sencillo: tras el levantamiento de Mosquera y Nieto, las fuerzas insurgentes se acercarían a Bogotá, con el fin de acabar con Ospina. Ante la demora de Mosquera, y siendo el presidente constitucional de un Estado que se había anexado a Bolívar y que iba desde La Guajira hasta una parte de lo que hoy son Urabá, Antioquia y Santander, Nieto decidió proclamarse
“presidente de la Unión”, hasta que el encargado en propiedad lograra vencer en Bogotá. Eso fue el 25 de enero de 1861. No contento con esa proclamación, declaró que la capital del nuevo país, Estados Unidos de la Nueva Granada (luego llamada Colombia), sería Cartagena y que, una vez consolidada la revolución, se llamaría a elecciones.
El día de su posesión, su esposa le tejió la banda presidencial con seda donada por los comerciantes, decorada con una borla de cortina. Su acto fue vestido de civil, con casaca de paño negro y camisa blanca de cuello duro hecha de seda, reloj de leontina de oro y pantalones negros. A la recepción acudieron los cónsules de naciones extranjeras y un pintor que se encargó de inmortalizar el momento. Ese cuadro, que por décadas permaneció olvidado, fue el que mandaron a París para que lo retocaran y terminó “blanqueando” al pardo Nieto Gil. Así, con el respaldo del pueblo costeño y con su respeto por el líder de la revuelta contra Ospina, desde enero en el estado de Bolívar se reunieron más de $77 mil pesos en pertrechos, apoyo logístico y alimentos, para la causa federalista. Valga recordar que las rentas podían representar $5 mil pesos anuales.
“El expresidente Ospina (cuyo periodo había terminado durante la guerra) fue uno de los prisioneros capturados durante la caída de la capital. El primer impulso de Mosquera fue ejecutarlo, pero al final fue enviado al exilio a Guatemala, donde se dedicó a estudiar la floreciente industria del café, cuyas lecciones aplicaría en Colombia a su regreso”, escribió Daniel Bushnell sobre el destino de Ospina.
Nieto Gil sabía que su gobierno tenía fecha de caducidad y, a diferencia de otros caudillos de ayer y hoy que no sueltan la teta del Estado a lo largo de su vida (Mosquera fue uno de esos), entregó la presidencia y aceptó un cargo administrativo, mientras atacaba a los conservadores en Antioquia, reacios a los nuevos cambios políticos que se avecinaban.
Su gobierno de casi 6 meses sirvió para acentuar la revolución y propiciar un cambio político que implicó –una vez más– enfrentarse a la Iglesia Católica y llevar la aplicación del concepto de federalización a un nivel jamás alcanzado.
“Pocos meses después, un congreso de delegados plenipotenciarios de todos los estados transformó la Confederación
Granadina en los Estados Unidos de Colombia, y legitimó el mandato de Mosquera hasta 1863, año para el cual fueron convocadas las sesiones de una asamblea constituyente de la Unión”, escribió Álvaro Ponce Muriel en su obra “La rebelión de las provincias”. La Constitución de Rionegro, de 1863, es hija directa de esta lucha reivindicatoria.
Nieto Gil no se desvinculó de su trabajo y fue gobernador del estado hasta 1865. Periodo no exento de intrigas y ataques por parte de sus propios copartidarios y sectores enemigos, bien fuera porque habían sido opositores políticos o por ser amigos y compañeros masones que decidieron acercarse al árbol del caudillo político que en su momento más sombra daba.
El final vino tras una penosa enfermedad, en la cual perdió mucho peso y quedó recluido en una habitación dé su residencia, la misma que era visitada por personas del común y admiradores. Incluso, como muestra de afecto, le regalaron un bastón de mando en oro, similar a uno que le rompió en la cabeza a Mosquera, en 1854.
Su deceso ocurrió el 16 de julio de 1866 y fue multitudinario el homenaje del pueblo a su líder. Fue recibido de nuevo en la Iglesia que él persiguió, gracias a un cura masón que ofició su sepelio. Fue enterrado en el cementerio de Manga, bajo el rito católico y en tierra sagrada. Varios oradores resaltaron su principio republicano y su interés por los más necesitados. Manuel Zenón de la Espriella recalcó las persecuciones padecidas en vida, su prolija creación literaria y su corazón desprendido.
“Recojamos la espada de honor con que lo ha distinguido la nación, y el bastón de magistrado que el pueblo le obsequió como testimonio de su afecto, para ponerlos en las manos de los herederos de su nombre. ¡General Nieto! ¡Amigo del pueblo, amigo mío! Descansad en paz. La muerte no es la muerte sino el olvido, y nuestros compatriotas no os olvidarán jamás”.
Pero allí, en el olvido, estuvo, hasta que en agosto del 2018, el presidente Juan Manuel Santos develó un cuadro que hoy reposa en el Salón Luis XV del palacio presidencial, donde son expuestos todos los mandatarios colombianos. Se cerró así un ciclo y, aunque no sirva de a mucho para las nuevas generaciones, saber que existió un presidente surgido desde abajo, con
piel oscura y un claro compromiso por el bienestar de su pueblo, es un aliciente para alcanzar la igualdad en los derechos que por siglos otros han negado. Porque el color no importa, sino el calor que se lleva en la sangre para luchar y cambiar el mundo.


Bibliografía
Bushnell, David (2014). Colombia, una nación a pesar de sí misma.
Bogotá: Planeta.
Fals Borda, Orlando (2002). El presidente Nieto. En Historia doble
de la Costa, tomo 2. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia,
Áncora Editores.
Mejía, Germán (2015). Historia concisa de Colombia (1810-2013).
Bogotá: Debate.
Ponce Muriel, Álvaro (2003). La rebelión de las provincias. Bogotá:
Intermedio.

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