Si me preguntaran cual es la obra cumbre de la Revolución Cubana, diría que es la educacional, integralmente considerada: educación, ciencia e investigación. Soy un enamorado del tema educacional, al mismo he dedicado toda mi vida. Aquí despliego algunas ideas que son parte de mis preocupaciones permanentes. Espero les sean útiles a quienes se tomen el
trabajo de leerlas.
Tenemos un pueblo bastante preparado culturalmente hablando. Más de un 10% de personas con título universitario y un promedio de escolaridad general casi por encima de nueve grados, junto a la no existencia de analfabetismo, incluso funcional, ha representado contar con un escudo protector de nuestro proyecto de nación revolucionaria, soberana e independiente. Como dijo nuestro apóstol José Martí: “la ignorancia mata a los pueblos y es preciso matar la ignorancia”. Y agregaba, “ser cultos para ser libres”. Por eso El Apóstol continúa siendo una inagotable fuente de inspiración en nuestro trabajo educacional.
Pero una educación que se proponga hacer sostenible y sistemática su acción mejoradora y emancipadora sobre las masas del pueblo, deberá ser continuamente perfeccionada. De aquí que sea insoslayable continuar su proceso de perfeccionamiento. En el contexto específico de la sociedad cubana, considero hay varias tareas que son exigidas por ese proceso:
• Perfeccionar los currículos educacionales en términos de su integralidad y continua modernización.
• Educar teniendo como objetivo que la educación llegue sistemática e integralmente a todos
los sectores poblacionales.
• Ejercer la labor educacional teniendo como uno de sus objetivos centrales
la lucha contra todo vestigio de discriminación: racial, sexual, religiosa, de origen nacional, etc.
• Hacer de la enseñanza de la historia patria, centro de la formación humanista y cultural
de todos los educandos.
• Educar teniendo como premisa preparar para la vida, con lo cual la práctica de la investigación
y el debate científico adoptan una función primordial.
De todos los asuntos antes planteados y exigidos, para decir que impartimos una buena educación, pienso que aún en nuestro país presentamos insuficiencias en dos cuestiones fundamentales:
1- La preparación cultural de los educandos, creo, es deficiente, al no contemplar de manera suficiente en nuestros currículos educacionales las historias sobre África, Asia, Medio Oriente y el Caribe. Lo cual trae como resultado que la comprensión de nuestras raíces culturales sea incompleta.
2- Siendo Cuba una sociedad “multirracial” o, más bien, “multicolor”, la explicación científica de ese fenómeno, está aún ausente de nuestras aulas. ¿Cómo educar dentro de una sociedad “multicolor “sin introducir el color en la educación y sin la intención de desarrollar una educación antirracista”?
3- No se trata de algo fácil, pero hay que hacerlo. Hay que preparar a los maestros. La explicación sobre el color de la piel debe formar parte del discurso en nuestras aulas. De lo contrario, la familia y la realidad de la calle se encargan de introducirlo al nivel de los prejuicios. Ya se hace un esfuerzo importante para preparar al profesorado y, en particular, con una coordinación entre la Comisión Aponte1 de la UNEAC y los Ministerios de Educación, en especial, el de Educación General, en donde se está trabajando con el profesorado para cumplir con esta ineludible tarea. En ello ya se ha avanzado.
Por tales motivos, viviendo aún dentro de una sociedad de “hegemonía blanca” -la cual, al estar basada en la colonización esclavista, no puede ser superada en tan corto plazo de tiem po-, no mencionar el color, en la práctica, implica que educamos para el color hegemónico y no suficientemente para ser cubanos. Es decir, en la práctica educamos para ser blancos. Tal vez no seamos conscien tes de ello, pero eso tiene lugar con una lógica infalible. Y por eso tenemos que quebrar los basamentos
en que esa lógica se asienta.
Quebrar esa lógica solo es posible introduciendo la explicación del color de la piel en nuestras escuelas. Los alumnos tienen que recibir una explicación histórica, antropológica, del origen de esos rasgos fenotípicos, etnorraciales, de color, que caracterizan a nuestra población y a ellos en particular. Hay que evitar, a toda costa, que la interpretación sobre el significado de esos rasgos la reciban de la familia, de la calle, con toda la carga de prejuicios y discriminación que nuestra sociedad aún es capaz de generar.
Es necesario adelantarnos para que el niño, desde muy temprano, adopte una visión científica, natural, desprejuiciada, sobre todo frente al color de la piel y otros rasgos. Así los prepararíamos para enfrentar una realidad que aún nos es adversa, pues solo una educación antirracista y antidiscriminatoria puede ayudarnos a superar esos rasgos negativos de nuestra cultura.
En particular, considero que no debiéramos educar mencionando color alguno. Pero en nuestro país, el color existe y la discriminación por el color también, y aunque no lo aceptemos, todavía entre nosotros el color es una variable de diferenciación social y, como tal, funciona, pese a que nos neguemos a reconocerlo. Se trata de una disfuncionalidad social o de una forma de nuestro funcionamiento social que aún no responde a los cánones de la sociedad que deseamos construir.
Además, al dejar el asunto del color al margen de la educación que impartimos, no estamos preparando a nuestros jóvenes para que enfrenten los prejuicios del color, que se encuentran aún fuertemente enraizados en la sociedad y la familia en particular y en nuestra cultura en general. La cultura que nos llega del colonialismo es una cultura racista y aún debemos trabajar mucho para liberarla de sus discontinuidades.
Decía don Fernando Ortíz, nuestro segundo descubridor y antropólogo mayor, que Cuba es un gran “ajiaco”.
Pero no resulta obsoleto reconocer que a ese caldo aún le quedan dentro muchas carnes y viandas que necesitamos todavía revolver fuertemente al fuego, para que terminen de ablandarse; por lo que nuestra identidad continúa siendo un fenómeno que se construye todos los días. No se trata de algo que podamos ya dar por terminado.
Nuestra cultura tiene un alto nivel de integralidad y consolidación, pero, como toda cultura, tiene aún sus lados débiles y oscuros que deben ser perfeccionados.
No se trata simplemente de un asunto entre blancos, negros o mestizos, sino de toda la sociedad.
Somos una sociedad joven, venida de un sistema colonial esclavista y de años de neocolonialismo, donde aún los vestigios de la esclavitud se pasean por nuestras calles, plazas y barrios. Esos residuos toman cuerpo en la pobreza, las desigualdades, los estereotipos, las incapacidades culturales y los prejuicios que no hemos logrado superar; en las insuficiencias que dimanan de ellos; en las imperfecciones de una sociedad que aún es capaz de alimentarlos. Todo ello deviene, no en simples lastres del pasado, sino en problemas que nos amenazan y agreden desde el presente.
Es decir, somos una sociedad mestiza, pero la consolidación de ese mestizaje aún tiene que batirse con los estereotipos raciales, los prejuicios, la discriminación y el racismo que nos agrede. Este fenómeno se expresa en vestigios de la hegemonía blanca heredada del colonialismo, alimentada por las insuficiencias e imperfecciones sociales que aún padecemos y los errores cometidos en su tratamiento.
Es cierto que nuestros medios de comunicación hacen ya un esfuerzo importante por superar el problema. En particular la televisión, la prensa, el cine y otras manifestaciones artísticas, pero las deudas siguen siendo muy grandes. Porque nos demoramos en tratar el asunto, como resultado de que las prioridades de la lucha por la seguridad nacional -dadas las agresiones contra Cuba- y una política social extraordinariamente humanista -que solo atendió la pobreza y no trató el
color- nos hicieron creer, idealistamente, que los problemas relativos a la discriminación racial y el racismo se solucionarían por sí mismos. Así, no dimos suficiente atención a los asuntos de la identidad cultural y racial.
Sobre todo, nos resta mucho por trabajar con la integralidad y sistematicidad que los problemas exigen, incorporando a todos los agentes de la sociedad civil que puedan ayudar.
Un asunto de vital importancia es la enseñanza de la Historia: en nuestros libros deben quedar claramente reflejados todos los colores que construyeron esta nación. En nuestra Historia, casi todos aún hacemos “voto de silencio” sobre acontecimientos de nuestro devenir que todavía no son estudiados a fondo. Por ejemplo, la llamada “Guerrita de 1912” o La Conspiración de Aponte, temas que, durante mucho tiempo, apenas eran mencionados y tratados por nuestros historiadores y en nuestras escuelas.
Sobre el tema racial, nuestra prensa actual no ha logrado hasta ahora igualar la presencia que aquel tenía en las décadas de los años veinte y treinta, cuando el tema era bastante debatido y muchos periodistas incluso negros trataban el asunto abiertamente. Se observaba entonces un debate social cuyo nivel aun no logramos recuperar, a pesar de que en los últimos
años lo hemos retomado y el tema racial, a nivel académico, ha recomenzado una discusión que lo trae a flote con creciente frecuencia dentro de la sociedad civil. Aunque todavía en espacios cerrados nuestros medios no lo divulgan de manera suficiente.
Diríamos, pues, que el tema racial no es un asunto “del malecón para afuera”, sino parte de nuestra compleja realidad social interna. Se trata de algo que nos afecta, nos divide, complica el proceso de consolidación del proyecto social de la revolución y deviene, por tanto, en potencial instrumento de una diplomacia subversiva contra Cuba. Formaría, entonces, parte del proyecto cultural de desestabilización interna, que aun en medio del cambio de política, proclamado por el presidente Obama el 17 D del 2014, mantiene su continuidad en la agresividad cultural que se despliega hoy contra la sociedad cubana.
Esteban Miguel Morales Domínguez
Economista y Politólogo, Doctor en Ciencias Económicas e Investigador en la Universidad de La Habana. Profesor de Economía Política de la Facultad de Economía. Licenciado en Economía.