Por: Alegna Jacomino Ruiz

Introducción. Orígenes de la tradición africana
Toda música tiene una significación social; de la sociedad recibe sus voces, instrumentos, timbres, tonos, ritmos, melodías, géneros y estilos, y solo en la sociedad está su resonancia humana. El arte del negro es un arte afligido de socialidad. El negro africano en Cuba, procedente de diversos grupos culturales, estaba influyendo básicamente en la música y en el baile, en
el uso del lenguaje y en la imaginería popular. Ha sido por medio de la música que la cultura afrocubana ha logrado su máxima penetración en el alma nacional.
La música de Cuba se basa en gran medida en sus orígenes culturales europeos y africanos. La llegada de miles de esclavos africanos a la isla en el transcurso de trescientos años dio como resultado una gran variedad de formas musicales nuevas. Así, la música distintiva del país está profundamente arraigada en los ritmos africanos, pero además le debe su poder melódico al legado colonial español. Por otro lado, la alegre y enérgica cadencia cubana ha ejercido una influencia significativa en los estilos musicales alrededor del mundo, incidencia que continúa en la actualidad.
Blancos, no muy relacionados con la población de color, europeos en casi todos los aspectos de su diario vivir, no han podido evitar el contagio de los ritmos musicales y danzarios de los negros y, a la hora de divertirse, se han rendido ante el hechizo de contradanzas, sones, congas, rumbas, danzones, mambos y chachachás, saturados hasta las raíces de jugos afroides.

En más de una ocasión, esa música popular cubana ha logrado una ascendencia internacional totalmente desproporcionada al tamaño de nuestro país y al número de sus habitantes: sus ritmos mulatos se han paseado por el mundo entero, desplazando victoriosamente a sus competidores en la moda musical del momento.
A finales del siglo XVIII, la mezcla musical hispano-africana produjo una música bailable de poderosas raíces populares que, dentro de la órbita social secular, lentamente desplazó a las danzas europeas, que habían constituido hasta entonces el entretenimiento fundamental de la nueva y emergente burguesía criolla. La riqueza fenomenal del folklore español, mezclada con el vigor de la música africana, creó velozmente una excesiva y explosiva urdimbre musical.
Los instrumentos utilizados por los negros asumieron dentro de nuestro medio musical y social una esencia cualitativamente nueva, que va mucho más allá de lo morfológico, para convertirse en instrumentos verdaderamente cubanos. Formas como la conga y la rumba se derivaron casi exclusivamente de los modelos de tamboreo de los primeros ritos religiosos afrocubanos. Por otro lado, las formas musicales como el son, que combina influencias africanas y españolas, se clasifican más apropiadamente como criollas. La presencia del bongó nos plantea otro aspecto de la gran síntesis que se da en el son: el bongó deviene de las variadas combinaciones instrumentales de los negros, que utilizaban un tipo de tambor doble hecho de pequeñas bateas.

Las maracas, presentes en la organología africana, se incorporan al conjunto sonero para ocupar el plano rítmico de sonoridad diferente. De la misma manera que para el etnólogo Claude Lévi-Strauss no debe separarse el tiempo mítico del
tiempo histórico, y la historia debe ser una continuación de la mitología; un presupuesto para estudiar la música afrocubana en forma cabal es descubrir el secreto nexo entre lo sagrado y lo profano, entre la música ritual y la música popular.
Establecer una continuidad entre la antigua música ritual africana, del tiempo de la trata esclavista, y la moderna música afroamericana, remitiéndolo todo a las raíces u orígenes, es ciertamente crear un mito histórico: la homogeneización de los procesos.
El mismo vocablo afroamericano es generalizante y de una utilidad precaria. Cuando se trata de llegar a topologías y tipologías en las que está en juego la identidad cultural, la homogeneización como modelo soslaya las diferencias culturales, el papel de las minorías étnicas y los procesos de transculturación.


La música tradicional afrocubana tiene orígenes religiosos, puesto que la música ritual yoruba, conga y abakuá tiene evidentes nexos con las formas profanas que se encuentran en la música popular, como la rumba y el son. Por otra parte, como muy bien lo plantea Leonardo Acosta, las formas musicales de ascendencia africana, que en América han logrado configurar una tradición musical y se convierten en “polos de atracción”, son la samba en Brasil, el son y la rumba de Cuba, y el jazz de Estados Unidos.
Las músicas de antecedente africano han tenido un hondo proceso de transvaloración musical que ha modificado, no solo los elementos formales, sino los modos de ejecución, los patrones rítmicos, el desarrollo melódico y tímbrico y la conjunción
armónica. No sólo en el plano estético, sino en sus contextos histórico-sociales o extramusicales, ha cambiado la textura sonora. Si bien la polirritmia y la estrecha relación de lenguaje y música, y lenguaje y tambor son elementos de análisis ineludibles al hablar de música afrocubana -especialmente en el son y la rumba- y de otras músicas, como la samba brasileña, es preciso entender que la originalidad de estas músicas trasciende tales elementos, que en la crítica occidental son a menudo minimizados.
En la música afrocubana, el rango social y cultural del tambor ha tenido mutaciones, en consonancia con las múltiples transculturaciones de la cubanidad. El rango del tambor ha comprendido tránsitos de lo sagrado a lo profano, de la selva al cabildo, del escenario de la guerra al recinto doméstico-familiar y del templo negro a los salones de los blancos.
Por ejemplo, tambores como el timbal, de origen africano, habían sido previamente blanqueados en España y Europa.
En el caso de Cuba, los tambores negros triunfaron sobre los tambores blancos, tales como el pandero, el bombo, el redoblante, la caja y el tamboril. No obstante, se crearon tambores criollos como la conga y el bongó, como un resultado inevitable del mestizaje.
La música cubana -o la música afro-cubana- ha tenido un papel muy importante en la musical mundial. Prácticamente todos los estilos musicales de todo el mundo se han visto influenciados por la música cubana y ella, a su vez, es una síntesis de todos esos estilos, que se unen para crear ritmos y melodías distintivas.


Todo es música en el negro africano. Al salir de su tierra, llevó consigo su rítmica caudalosa; reprodujo sus instrumentos de percusión, aunque con cambios en su morfología y funciones. Su cultura es su mayor riqueza, una música de incontable variedad, como no existía en todo el planeta. Esa música, a pesar de las inconveniencias, inundaría completamente
el “folclor” de toda América y, más adelante, del mundo.


Contaba para ello con un ritmo natural sacado de la selva, una sinfonía de tambores, que cuando suena, crece con la temperatura del ambiente, del clima emocional. El africano halló en la rítmica un fuerte aglutinamiento social. Su música poderosa no era posible acallarla, ni con el látigo ni con los cañones; era más poderosa que los arcabuces, las balas y la pólvora. Los africanos son hijos de una cultura de carácter mágico, con una mística donde cada toque tiene un reflejo mental, ideo-estético particular.


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